miércoles, 24 de marzo de 2010

Hermanas Chacón: “Fue una gran dicha conocer a Monseñor”


Elvira Chacón y Leonor Chacón guardan una sotana de Monseñor Romero, como recuerdo del Arzobispo mártir. Foto Diario Co Latino/Josué Parada


Zoraya Urbina
Redacción Diario Co Latino

En la colonia Las Delicias, Santa Tecla, Departamento de La Libertad, entre dulces típicos, un pan relleno de ciruela y un aromático café, las hermanas Elvira y Leonor Chacón recuerdan los momentos que compartieron con su amigo, el que se consideraba uno más de la familia: Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Leonor explica que hace 52 años, doña Carmen de Chacón, su madre, fundó el negocio, una venta de comida típica salvadoreña; los tamales chorreando sabor, el espeso chocolate o los sabrosos panes con pollo son parte del menú que ha hecho famoso el lugar. “Las delicias de las Chacón” ha recibido a presidentes de la República, a sacerdotes, obispos y a su más célebre comensal: Óscar Arnulfo Romero.

Según Leonor, su difunto esposo, Raúl Romero (el apellido es coincidencia), oriundo de San Miguel, departamento natal del Arzobispo, lo conoció cuando por los años cincuenta, siendo un niño pertenecía al coro de la parroquia, donde el otro estaba en los albores de su sacerdocio. La amistad creció desde entonces.

Raúl y Leonor se hicieron novios y él siempre le contaba de su buen amigo “el padre Romero”. Cuando decidieron casarse, ella sin decirle nada, le escribió una carta al religioso pidiéndole que oficiara la ceremonia nupcial. Mostrándose honrado por la invitación, aceptó de buena gana.

“La homilía fue bien linda, estaba lloviendo y él dijo que esa agua que caía, era como las bendiciones que mi matrimonio tendría”, recuerda. Las palabras de Romero fueron un buen augurio porque su vida de casada fue plena y feliz.

En medio de la fiesta, el padre les pidió que lo acompañaran a San Miguel y los llevó a un hotel, donde antes de retirarse para seguir con sus compromisos, pagó la estancia para que los recién casados tuvieran su “luna de miel”.

Romero siguió visitando a la familia, “era muy amigo de todos, mi mamá le tomó gran cariño y su amistad con mi hermana Elvira fue creciendo”, relata. Romero decía que ese era su segundo hogar y que esa, era también su familia.

Elvira recuerda que una vez después de la misa dominical, fueron a almorzar y después a Los Planes de Renderos, en cada casa que visitaban los recibían con refrescos, con bocadillos o con café. Después de saborear los platillos con los que lo agasajaban, entre risas, Romero le dijo: “necesitamos tener barriga de músico para comer tanto”.

Con el paso de los años, la amistad se fortaleció, ni cuando fue nombrado Auxiliar del entonces arzobispo, Monseñor Luis Chávez y González o asumió como obispo de la diócesis de Santiago de Santiago de María, Romero dejó de visitar “su segundo hogar”.
“Le encantaban los frijolitos volteados”, dice Elvira.

Con cada visita de Monseñor la casa se engalanaba para recibir a tan digno invitado, preparaban mesa y las viandas que sabían a él le gustaban. A veces, con la confianza que sólo la amistad da, llegaba sin avisar y la familia entera se movilizaba para atender a su amigo.

“A él le gustaba que mi papá y yo le contáramos chistes, pero como sabía que mi mamá se enojaba, esperaba que ella fuera por las tortillas o por algo que faltaba en la mesa, para escucharnos”, narra Elvira. Si estaban contando algo jocoso y de repente aparecía doña Carmen, Monseñor le decía a Alfonso, padre de las Chacón: “tenemos semáforo rojo”.

Entonces esperaban a que se retirara y el Arzobispo reía divertido ante las ocurrencias de sus anfitriones.

Cada vez que salía de viaje, no faltaban las tarjetas o las postales para que sus amigos supieran que siempre los tenía presente. En estas ocasiones, le solicitaba a Elvira, le realizara alguna diligencia personal.

El 24 de marzo de 1980, el esposo de Leonor pasó por la Iglesia del Carmen, de Santa Tecla, ahí encontró al Arzobispo, quien dijo iba a confesarse.

“Como a veces venía de sorpresa cuando andaba cerca, pensamos que ese día sería igual y mi mamá preparó comida y arregló la mesa”, pero nunca llegó porque mentes asesinas decidieron matarlo.
Las Chacón le decían que tuviera cuidado, que no saliera solo porque recibía muchas amenazas, pero él argumentaba que si alguien quería hacerle daño, no quería que otra persona resultara afectada.

Treinta años después, entre una sotana, una camisa, varias cartas y postales y los recuerdos entrañables del obispo mártir, las Chacón no dudan en afirmar que fue una dicha conocer a Monseñor Romero, su amigo y hermano.

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“Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero.” (Segunda declaración de la Habana)


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