La balada de Anastasio Aquino
Anónimo
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El indio Anastasio Aquinole mandó decir a Pradoque no peleara jamáscontra el pueblo de Santiago. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.También le mandó a decirque los indios mandaríanporque este país era de ellos,como él mismo lo sabía. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.Yo seré el rey poderosoque matará a los ladinosa españoles y a extranjeros,en venganza de mis indios. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.Les botaré las ciudadesque los blancos hoy gobiernan,a quienes maltrataréquitándoles cuanto tengan. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.Porque todo lo que existeen la extensión de estas tierras,pertenece a mis hermanosque se hallan en la miseria. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.Perdonaría yo a Pradoy a San Martín yo le dierauna parte de estas tierrassi no me hicieran la guerra. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.Mas no hay que esperar cuartelde ladino y español,por tanto es mejor moriren el campo del honor. Aquino le dijo así. Tan feo el indio pero vení.
* * *
Comentario
“La balada de Anastasio Aquino” no es un poema histórico sino una de las fuentes primarias de un importante suceso de la historia salvadoreña. Sin lugar a dudas fue escrito en las entrañas mismas de la increíble insurrección indígena que ocurrió en el inestable período posterior a la guerra de la independencia centroamericana. Pero más que narrar ese acontecimiento, presenta y perfila la voz, el pensamiento y el carácter de su principal protagonista tal y como lo vieron sus coetáneos.
Una breve cronología de los hechos es pertinente. En 1833, entre el primero de enero y el 28 de febrero, el caudillo indígena Anastasio Aquino emprendió una saga contra los “ladinos”, un término latinoamericano que designa a los mestizos hijos de españoles e indígenas, y cuya clase ocupaba el poder en las provincias de Centroamérica desde la declaración de la independencia de España en 1821. Después de una sorpresiva y exitosa insurrección en Santiago y San Juan Nonualco, Aquino inició una cruzada en la que derrotó el primero de febrero a las fuerzas locales del Comandante Militar de San Vicente, Juan José Guzmán, en el río Guisculapa, en las afueras de Santiago Nonualco. Cinco días más tarde venció a las tropas del Capitán José Antonio Villacorta y Felipe Urribal en Zacatecoluca, una ciudad que tomó y saqueó sembrando el pánico.
El 10 de febrero el Comandante Juan José Guzmán huyó a San Miguel al saber que Aquino había llegado a la ciudad de San Vicente. A pesar de haber recibido un indulto del Vice Jefe Supremo de la República, Joaquín de San Martín, Aquino invadió Apastepeque el 15 de febrero y fusiló a su alcalde antes de entrar a la desprotegida San Vicente. Tanto allí como en Tepetitán al día siguiente, Aquino se dedicó a incendiar y destruir los archivos y papeles de gobierno y anunció su célebre decreto sobre “penas de delitos”. De regreso en Santiago Nonualco, Aquino estableció su cuartel general, donde festejó su victoria y rechazó los esfuerzos diplomáticos del Gobierno. El 24 de febrero, el coronel Juan José López entró a San Vicente y organizó un ejército de cuatro mil a cinco mil hombres para combatir a las fuerzas insurrectas de Aquino, a quien derrotó y capturó el 28 de febrero. Condenado a muerte, Aquino fue fusilado y decapitado el 24 de julio en San Vicente. A manera de advertencia contra los indígenas, su cabeza fue expuesta en una jaula en la cuesta de “Monteros” a la entrada de San Vicente.
Hay una nota irónica en esta historia. La de Aquino no fue la única insurrección en esos primeros dos meses de 1833. Una pugna por el poder “supremo” de El Salvador entre Joaquín de San Martín y Mariano Prado sentó las condiciones para múltiples sublevaciones en San Miguel, en Tejutla, en Chalatenango, en San Vicente y en San Salvador. Al mismo tiempo, un centenar de criminales fueron liberados de la cárcel y formaron una turba que saqueó la ciudad capital. Ahuachapán se convirtió en un escenario de guerra entre las fuerzas del presidente General Francisco Morazán y las de San Martín. En ese contexto, no sorprende que Aquino haya tenido al principio un vertiginoso éxito militar y que haya sufrido luego una derrota tan repentina. De alguna manera, su movimiento insurreccional unificó temporalmente a las fuerzas ladinas, provocando que la dispersión militar y las pugnas políticas desaparecieran en función de combatir la amenaza inesperada de las “hordas indígenas”, tal y como fueron llamadas sus fuerzas.
Esta canción popular, rescatada del olvido por el doctor José Antonio Cevallos (1827-1904), es el himno de batalla indígena más famoso y más difundido en la historia de El Salvador. Ha inspirado libros populares y elegíacos de historia, varias obras poéticas, incluyendo un primerizo texto lírico de Roque Dalton (1935-1975) y una tragedia teatral escrita por Matilde Elena López (1922), quien acuñó el título con el cual se conoce hoy en día este singular texto anónimo: “La balada de Anastasio Aquino”.
Con toda seguridad, la canción fue escrita después de que Aquino decretara sus “penas de delito” el 16 de febrero de 1833, pero antes del 28 de febrero cuando fue derrotado y capturado. Aun así, para que llegara íntegra a manos de Cevallos, la canción debió encontrar su máxima popularidad años después de la muerte de Aquino, cuando su hazaña insurreccional ya era una leyenda.
Es ya imposible determinar quién fue el autor de este texto. Las primeras dos estrofas y el coro nos dan la impresión de que el narrador es un observador ladino cuya intención es recontar los sucesos históricos, pero en las cinco estrofas siguientes el punto de vista objetivo desaparece inexplicablemente para dar lugar a la voz, en primera persona, de Anastasio Aquino. Juan Felipe Toruño (1898-1980), en su “Desarrollo literario de El Salvador” (1957), propone un parentesco entre “La balada de Anastasio Aquino” y los tamboritos, la música tradicional panameña en la que convergen influencias indígenas, españolas y africanas, y en la que se halla una de las fuentes de la cumbia. Esta intuición podría ser la más acertada, porque explicaría su estructura simple y reiterativa, y su función social. Los tamboritos se cantan acompañados de palmas, tambores e instrumentos de cuerda, y las estrofas se interpretan de una manera teatral cuando el texto se estructura en forma de diálogo. Así, es posible que un cantor haya interpretado las primeras dos estrofas para dar lugar después a un cantor que interpretaba al caudillo Anastasio Aquino. El coro proporciona un contrapunto que afirma que esta es la voz y la palabra del caudillo al mismo tiempo que hace un llamado a la población indígena con un verso cuyo sentido de ironía subvierte el desprecio racial que los ladinos y españoles tenían hacia ellos: “Tan feo el indio pero vení”.
Esta forma arcaica de la cumbia existe todavía en Santiago Nonualco y en las ciudades que Aquino conquistó brevemente, y son interpretadas por las bandas “tulún tulún” (una onomatopeya que describe con exactitud el ritmo tenaz de sus canciones). En el departamento de Morazán estos grupos son llamados “chanchonas” (porque al llegar a una reunión la gente les hace campo para bailar, como cuando entra una cerda muy gorda y la gente dice: “¡Apártense que ahí viene la chanchona!”). Durante la guerra civil, la chanchona más famosa fue el grupo “Los Torogoces de Morazán”, que también compusieron himnos y crónicas de batalla muy similares en lenguaje y estructura a “La balada de Anastasio Aquino”. Aunque esta tradición ha recogido con bastante consistencia la historia contemporánea desde la independencia hasta nuestros días, y desde una auténtica perspectiva popular, su difusión estrictamente oral ha despertado muy poco interés por parte de los investigadores de la historia y la literatura. Por esta razón, “La balada de Anastasio Aquino” es también el testimonio de un olvido imperdonable.
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