martes, 5 de mayo de 2009

Farabundo Martí, 77 años después.


Setenta y siete años tejen igual número de coronas que hoy colocamos en este mar inmenso de salvadoreños marchando, en memoria de Agustín Farabundo Martí y, desde luego, de los mártires de Chicago y de tantos héroes anónimos que en este país han luchado por legar mejores condiciones de vida a sus compatriotas.

Farabundo luchó contra tormentas e incomprensiones, por la libertad económica del país, por la instauración de un sistema distinto y por la nacionalización de las riquezas de nuestro suelo, para que fueran de los salvadoreños, de la misma manera que la tierra debe ser de quien la trabaja. Mucho se ha logrado a lo largo de 77 años, desde que el luchador socialista fuera fusilado por las huestes militares, encabezadas por el dictador Maximiliano Hernández Martínez.

Si bien los trabajadores marchan cada 1 de mayo por reivindicaciones propias y para recordar a los gobiernos que la libertad, la paz, la democracia y la justicia social sólo se alcanzan con la organización consciente y la inquebrantable decisión de empujar juntos el sol hacia un nuevo amanecer, justo es reconocer el aporte de Farabundo Martí, luchador proletario que tanto quiso a la patria, que tanto nos quiso, a los obreros y los campesinos.

Se distanció de los medios materiales como fuente de bienestar particular, para dedicarse a la organización y movilización de los trabajadores, a la unidad de los explotados y a la fundación de una vanguardia política para dar sentido y rumbo a la lucha consecuente. Una anécdota recuerda que en un pequeño baúl de su propiedad en Teotepeque, únicamente se encontraron 30 centavos, como símbolo más grande que dejó como valores de austeridad, desprendimiento, honradez y honestidad que deben tener todos los hombres, sobre todo los funcionarios.

Caminó por la rutas de Centro América, México y América Latina, llevando la voz de los revolucionarios salvadoreños; llegó a las Segovias y, junto a Sandino y sus combatientes, luchó contra la invasión de los marines norteamericanos y de los filibusteros mercenarios. En su pecho portaba la estrella de la paz y de los justos y por eso lo criticaron los mediocres, cuando sus propósitos fueron los mismos que orientaron las gestas de Emiliano Zapata, Lenin, Mao, Pancho Villa, Frank Fannon y, en la era moderna, el Che Guevara.

En esta etapa histórica de El Salvador, queremos subrayar lo que muchos tercos niegan : Agustín Farabundo Martí fue defensor de los artesanos, sin haber trabajado en los telares; protector de los campesinos, sin haber arado las parcelas, aunque la breve historia registra amistad estrecha con campesinos sin tierra de Teotepeque; y, desde luego, fiel intérprete de los anhelos burocráticos porque sintió el dolor y la angustia de los hombres, por eso intervino en la organización y fundación del Partido Comunista Salvadoreño, como el más esforzado paladín de las causas populares.

Fue un hombre de pueblo, sencillo y humilde, pero de gran visión social; cuyo perfil de mestizo, reflejaba su limpio corazón y sus albos sentimientos. Presintió el peligro de que la oligarquía se apoderara definitivamente no sólo de las mejores tierras, sino que de toda la geografía de El Salvador; dio la voz de alerta y llamó a la organización y a luchar contra el militarismo, sus patrocinadores y el imperialismo.

Su llamado fue a mantener la autonomía y la independencia de cada municipio, de cada pulgada de tierra. Las reivindicaciones debían ir encaminadas a forjar la unidad del pueblo, a la lucha constante y sin tregua contra el enemigo de clase. Sabía muy bien que una vanguardia bien organizada era la única forma de hacer frente a un enemigo poderoso, financiado y mantenido por las grandes metrópolis de la época, como los Estados Unidos e Inglaterra.

En su lucha inclaudicable, en su ejemplo generoso, proclamaba a los cuatro vientos la necesidad de organizarse y marchar unidos hacia la conquista de una patria soberana e independiente. Lo decía con su lenguaje cristalino : ya basta de simuladores, de ladrones, de hipócritas: la irresponsabilidad flota y el civismo ha desaparecido. Al mismo tiempo, recalcaba la urgencia de tener fe en los hombres, porque dentro de los malos, hay funcionarios honrados; dentro de los abúlicos, hay cumplidos obreros y tesoneros campesinos, y mucho se podría lograr si los ejemplos emanan de arriba. Las marchas de los trabajadores de hoy, tienen su antecedente inmediato en las gestas de ese glorioso pasado.

El luchador proletario que se fue por ese camino sin vuelta, pero que nos dejó sus pensamientos, que son los que hacen grandes a los hombres y las mujeres, habló con ejemplos, y no sólo desde los escritorios, como suelen hacerlo muchos ineptos. Su "modesta contribución" la ratificó con su generosa entrega a las mejores causas, hasta entregar su vida por los ideales en los que siempre creyó.

Porque también supo de las privaciones, de la miseria humana, de la cárcel en su propio país, del exilio, de la represión, del ostracismo en Guatemala, de la incomprensión entre muchos de los que se decían sus "compañeros", siempre exigió predicar con el ejemplo y con la aplicación de la ley, pero no esa ley fría y calculadora, sino humana y consciente.

Por eso, en la celebración de un día más dedicado al trabajador, traigo la fe de los obreros y la creencia en las grandes, pioneras y formidables acciones de Farabundo Martí, porque él fue antorcha en el inicial movimiento social y en la organización del Partido Comunista, no sólo como vanguardia proletaria, sino para acabar con los explotadores, promoviendo la capacidad y la lucha de los oprimidos.

En ese inicial embrión de la vanguardia, Farabundo y los artesanos, intelectuales y obreros que la integraron, vivieron plenamente identificados con el objetivo común, y ese espíritu a 77 años está con las actuales luchas y se reivindica con el histórico triunfo de la izquierda en las elecciones del 15 de marzo y, desde luego, con la derrota de la derecha económica y política, en el momento estelar, cuando el capitalismo mundial agoniza y los oligarcas y burgueses de esta patria se han quedado sin referentes políticos e ideológicos. Aquellos hombres entrelazaron sus brazos en la misma acción y sus descendientes siguen luchando por el futuro de un mundo donde impere la justicia y la comprensión, la paz social y la auténtica democracia participativa, que fueron las divisas que encausaron el levantamiento campesino de 1932.

Farabundo concibió la revolución no como un proceso estático, sino dialéctico, de superación permanente, para crear otro orden y otro espíritu y si bien no tuvo la satisfacción de ver plasmadas las conquistas de ese movimiento que él organizó y vivió unas cuantas horas, consideradas radicales y extremistas en 1932, hoy, con la ascensión al poder de las izquierdas, se comprende que fueron necesarias, porque para cambiar la mente de un pueblo, es preciso cambiar su forma política y económica; porque para hacer nuevas figuras, es preciso romper los viejos moldes; porque para guardar y preservar vino nuevo, se necesita de odres nuevos.

No queremos con este homenaje y recuerdo justificar la muerte de más de 25 mil salvadoreños en el 32, sino hacer entender a los sonámbulos, hacerles oír a los sordos, pugnar porque vean los miopes y sientan los insensibles, que para que haya progreso, para salir de la miseria, para que se acaben las injusticias, precisan los sacrificios y, de ser necesario, regar los campos con sangre para que fructifiquen las espigas.

POCOTE

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“Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero.” (Segunda declaración de la Habana)


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