lunes, 16 de marzo de 2009

RE: Rv: ¡¡ ULTIMA HORA!!!


—Introducción
—Desarrollar la revolución es combatir la guerra imperialista
—La política militarista en Europa y la labor de los comunistas

La situación de retroceso del imperialismo, dentro de su continuo proceso de destrucción, es una característica que está determinada principalmente por el avance del movimiento revolucionario mundial en todos los terrenos. Ese avance es toda una corriente histórica irreversible, no obstante los pequeños y momentáneos retrocesos que se puedan producir, corriente que puede ser comprobada en cualquier país y zona del mundo (1). Nos encontramos, pues, dentro de la época de decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria mundial.
El imperialismo hace ya mucho tiempo que ha dejado de estar en disposición de poder decidir sobre los destinos de la humanidad. Esta realidad y el curso de la historia no van a cambiar en absoluto. La correlación de fuerzas le es totalmente desfavorable, lo que necesariamente le sitúa a la defensiva en el plano estratégico, mientras que en el plano táctico, y en tanto no se le derrote de forma definitiva, continuará mostrando su carácter agresivo y sanguinario. Pretende, por una parte, conservar a toda costa lo que aún tiene, mientras que por otra, maniobra y se revuelve desesperado, se prepara y busca constantemente una oportunidad para llevar a cabo la guerra de conquistas, incluida la guerra mundial que lo devuelva sus posiciones perdidas.
Los infructuosos intentos del imperialismo por recuperar sus antiguas posiciones están estrechamente vinculados a la crisis política, económica, militar y moral en la que se encuentra sumido. De ahí que, ante la gran dificultad que encuentra para sacudirse la crisis por la vía de la guerra imperialista de rapiña, opte por buscar al mismo tiempo otras salidas a la profunda crisis general. Sin embargo, y en todo caso, no van a cambiar las cosas a su favor por muchas guerras de exterminio sobre pueblos indefensos que desencadene, ni por numerosos y sanguinarios que sean los regímenes fascistas que implante, ni mediante el chantaje con la guerra nuclear y la generalización de los estados policiacos y militaristas, ni con el rearme masivo de sus ejércitos. De hecho, el imperialismo continuará recurriendo a la agresión y organizando la contrarrevolución, pero eso no le podrá evitar seguir cosechando derrota tras derrota y, mientras, tratará de encubrirlas con victorias tan pírricas como la invasión de la isla de Granada o la efectuada contra las islas Malvinas.
Pretenderá superar la crisis económica que le atenaza mediante el incremento de la explotación de las masas, la potenciación del complejo militar-industrial y la militarización de toda la sociedad, y, con ello, no logrará otra cosa que lanzar a la miseria a millones de personas y fomentar el descontento y la radicalización de las luchas populares. Recurre a los métodos más terroristas y a la fascistización del Estado para destruir todo intento de organización revolucionaria del proletariado y otros sectores del pueblo, y no consigue más que fortalecer la lucha y la organización clandestinas, dando lugar al surgimiento de nuevas vanguardias comunistas.
Es a partir de la realidad del retroceso constante y de los intentos inútiles del imperialismo y de la reacción por frenarlo como se explica que, en los últimos tiempos, se hayan lanzado otra vez a una política de renovada agresividad (falsa imagen, por lo demás, de potencia y de resurgimiento), sustentada en una escalada de la represión y en la sobreexplotación de sus pueblos, una desbocada carrera de armamentos, provocaciones, chantajes y desafíos de todo género. Fue precisamente, poco después de la estrepitosa derrota del imperialismo yanqui a manos del pueblo vietnamita, cuando los círculos militaristas y monopolistas yanquis, ante la magnitud y repercusiones de su derrota, se propusieron, de común acuerdo con otros regímenes capitalistas, emprender una nueva ‘cruzada’ [...] que el expresidente Carter al final de su mandato manifestará con estas palabras: ‘Es nuestra intención aniquilar el socialismo como sistema socio-político, utilizando los primeros el arma nuclear y concluir en condiciones de superioridad aplastante la guerra para los EE.UU. y sus aliados del mundo occidental’ (2).
Por su parte, la OTAN hizo lo propio, instalando misiles de gran poder destructivo y en un número desconocido hasta aquel entonces frente a la URSS y los países del campo socialista. Comenzó a reforzar su aparato militar en base a la creación de unidades de despliegue e intervención rápidas destinadas a sofocar las guerras locales. Para los jerarcas otanistas significaba la renovación de su vieja teoría de la disuasión, calificada a partir de entonces de la estrategia antifuerzas y cuyo mismo postulado consistía en prepararse para asestar el primer golpe. Frente al enemigo interno, el peligro de la revolución en los propios países capitalistas, total respaldo a la guerra preventiva contrainsurgente ejercida por sus estados miembros a los que, de paso, presta su ayuda frente al nuevo movimiento revolucionario europeo por medio de la utilización de su aparato y red informativa y del reciente Comité de lucha contra el terrorismo, creado por la misma Alianza imperialista.
La puesta en marcha de todos estos planes agresivos ha ido encaminada a poner de nuevo en vigor la máxima aspiración que durante décadas han tenido los estrategas del imperialismo, la estrategia politico-militar de cerco y aniquilamiento. Una estrategia dirigida contra el movimiento revolucionario mundial, contra [...] la lucha del proletariado y los pueblos en las metrópolis. Es, en definitiva, el recurso a la guerra imperialista de forma permanente, como una manifestación del capitalismo que es consustancial con la existencia misma de su sistema; un recurso tan característico y permanente que, desde la última guerra mundial, han echado mano de él nada menos que en 150 ocasiones, de las cuales en 115 han participado directamente países miembros de la OTAN, en su mayoría contra las luchas de liberación nacional.
En la actualidad, para cualquier organización revolucionaria, la lucha frente al imperialismo y la reacción cobra una gran importancia; se trata de hacer que fracasen todos sus planes de agresión y de hundirles en un nuevo y más profundo retroceso. Esta es una lucha que varía sus formas de acuerdo con las condiciones, países y zonas donde se desarrolla. Igualmente, los avances incuestionables de esa lucha, la gran fuerza adquirida por el campo revolucionario, la dificultad cada vez mayor del imperialismo para contrarrestarla y desencadenar una nueva contienda mundial, constituyen unos factores que a modo de constantes y puntos de referencia generales, permiten explicar las causas de esa renovada agresividad del imperialismo, contribuyen a llevar adelante las tareas de la revolución de acuerdo con su carácter de clase en cada país y, a la vez, dar el tratamiento histórico correcto exigido para analizar acertadamente el problema mismo de la guerra y de la paz, que en los últimos tiempos ha vuelto a recobrar inusitada polémica.
Para los comunistas y revolucionarios europeos su tarea consiste en fortalecer continuamente el nuevo movimiento sobre la base de impulsar la revolución en cada país. La resistencia en las metrópolis, en la retaguardia europea del imperialismo, está siendo ya una realidad que, a pesar de la debilidad propia de todo comienzo y de todo desarrollo en unas condiciones tan difíciles como las existentes bajo los estados policiacos europeos, está llamada a contribuir poderosamente en los avances de la revolución mundial. Forma parte inseparable, en la medida que hostiga y golpea a la reacción y al imperialismo, de todo ese amplio campo de luchas revolucionarias existentes en el mundo. En Europa, lo más esclarecido del proletariado y de otros sectores populares encabezados por sus organizaciones de vanguardia, están luchando por implantar el socialismo en cada país y la suerte del imperialismo no va a ser otra que la de continuar retrocediendo.

Desarrollar la revolución es combatir la guerra imperialista

Mientras exista el sistema capitalista, existirá el peligro de guerra; esa es una premisa que no se puede dejar de lado. Lenin, ante el estallido de la primera guerra mundial imperialista, ya aseguró: Nuestro objetivo es lograr el sistema social socialista que, al eliminar la división de la humanidad en clases, al eliminar toda explotación del hombre por el hombre y de un nación por otras naciones, inevitablemente eliminará toda posibilidad de guerra en general (3). Y esto es así porque al descubrir las verdaderas causas y el origen de las guerras de alcance mundial, propias de la época del imperialismo, el leninismo puso ya de relieve que son fruto de las peculiaridades económicas y políticas inherentes a la fase monopolista del sistema capitalista, la dominación de los monopolios, la exportación de capitales y la lucha imperialista por los mercados de venta, las fuentes de materias primas y las esferas de inversión de capital en un mundo ya repartido [...] Todo esto ha venido haciéndose realidad en unas circunstancias en las que nadie puede decir que el imperialismo y la reacción no hayan recurrido a todos los métodos para desencadenar una nueva guerra a gran escala, en unas circunstancias en las que los imperialistas han urdido toda clase de conflictos en un intento de salvarse de su fin. Para ello, han recurrido a las tácticas más sutiles y engañosas para proseguir su política agresiva y conseguir que los pueblos relajaran su vigilancia con el propósito de desencadenar un nuevo y gran estallido. Han empleado alternativamente la maniobra de la guerra y de la paz a su conveniencia, al utilizar por un lado la represión más sangrienta contra los movimientos revolucionarios, mientras por el otro trataban, mediante chantajes, provocaciones e intrigas, de dividir y debilitar al campo revolucionario mundial.
El proceso de descomposición del imperialismo, que tuvo su punto de arranque en el triunfo de la Revolución de Octubre y la presencia por primera vez en la historia de un país socialista, ha vivido hasta el presente momentos muy críticos. El fracaso que todo el sistema capitalista sufrió, con la derrota nazi-fascista y del militarismo japonés, en la segunda guerra mundial, fue de tanta magnitud que todo el sistema, enormemente debilitado, comenzó unos preparativos de guerra que no tenían espera. Así lo demuestra la primera planificación para una agresión nuclear a la Unión Soviética en 1946. Un fracaso que en 1949, consumada la Revolución Popular en China adquirió características de verdadera alarma e histeria entre los círculos más poderosos del imperialismo y de la reacción mundial. La cosa no era para menos, dado como quedó la correlación de fuerzas y la rapidez con que crecía la revolución mundial.
El imperialismo, empeñado en cambiar el curso de los acontecimientos, ponía por primera vez en práctica una estrategia de cerco y aniquilamiento a nivel mundial en la que, de una manera u otra, participarían la mayoría de los países capitalistas. La última fase de esta estrategia, la fase de aniquilamiento, sería el estallido de la tercera guerra mundial. Era la guerra fría en todos los terrenos que, lanzada por primera vez en 1946 por el premier británico Churchill, consistiría en el desencadenamiento de toda una serie de guerras de agresión, de guerras pequeñas, como ya denominara Lenin, dispuestas de tal forma y lugar que junto a los chantajes y presiones al campo socialista servirían de cerco y preparación a la guerra grande. El imperialismo yanqui, único país capitalista beneficiado con la guerra mundial, se convierte en el abanderado del anticomunismo y del antisovietismo y pone manos a la obra agresiva con toda celeridad. Los imperialistas norteamericanos han ocupado el lugar de los fascistas alemanes, italianos y japoneses (4).
Crean la OTAN, como punta de lanza de la agresividad del imperialismo y, junto a ella, levantan toda una serie de organizaciones político-militares filiales de la misma. Así nacerán el UNTO (para el Cercano y Medio Oriente), la SEATO (gendarme para la zona asiática), el ANZUS (ubicado en Australia),...; el mando capitalista quedaría entrelazado por multitud de pactos bilaterales. La RFA se convierte en un inmenso campamento militar, plataforma de lanzamiento contra los países del campo socialista. En EE.UU. organizan la caza de brujas contra toda persona demócrata y progresista; el Partido Comunista y las organizaciones obreras independientes son proscritas. En Europa, la persecución se hizo todavía más sangrienta debido al prestigio que tenía la URSS y la simpatía obrera y popular hacia la causa del comunismo.
Los países capitalistas emprenden la pacificación de sus propios territorios y, para ello, la burguesía, que supo sacar experiencias del fracaso de los viejos métodos abiertamente fascistas, se aprestó a renovar enteramente su sistema de dominación, adecuando las viejas formas parlamentarias a las nuevas condiciones, no dejando el menor resquicio posible a su utilización en beneficio de las masas obreras y populares. Pero para ello fue imprescindible la traición de los revisionistas con su política de conciliación de clases. Mientras tanto, la reacción, consciente de que la lucha de clases volvería a agudizarse, aprovechó el reflujo del movimiento revolucionario para modernizar su aparato represivo, sentando así las bases para la creación de un estado policiaco de nuevo tipo, sobre la puesta en marcha de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Esa doctrina sirve a los imperialistas como base teórica de la guerra permanente, indivisible y global que han declarado contra sus propios pueblos, constituidos en el enemigo interno.
Los estados policiacos y el control de masas en la retaguardia del imperialismo asegurarían, según sus previsiones, la pacificación de las metrópolis contra cualquier eventualidad de descontento popular. Esa es la base de partida imprescindible para llevar a cabo sus correrías fuera de las fronteras y mantener un estado de amenaza y agresión permanente. A partir de aquí y mientras tanto, ponen en marcha todo un vasto plan militar de guerra nuclear; se trataba de la represalia global nuclear, primera estrategia de este tipo que estaría vigente hasta 1960. Con esta estrategia, los imperialistas presentaron a todo el mundo capitalista la gran panacea capaz de resolver todos sus problemas y acabar con el sistema socialista. El PCCh, en unión de otros partidos comunistas y organizaciones obreras, declaró a propósito de estas intenciones de guerra nuclear: La aparición de las armas nucleares no puede detener el curso de la historia de la humanidad ni salvar al sistema imperialista de su ruina, al igual que la aparición en la historia de tal o cual técnica nueva no puede salvar de la ruina ni un sólo sistema decrépito. La aparición de las armas nucleares no ha resuelto ni puede resolver la contradicciones fundamentales del mundo contemporáneo, no ha alterado ni puede alterar la ley de la lucha de clases, y no ha cambiado ni puede cambiar la naturaleza del imperialismo y de todos los reaccionarios (5).
Estos planes de agresión comenzaron a irse a pique uno detrás de otro: hasta 6 planes de bombardeo nuclear masivo programaron los imperialistas, en el periodo que media entre 1945 y 1960, contra la Unión Soviética. Se encontraron, por una parte, con derrotas tan decisivas como las de Corea y Vietnam del Norte, derrotas que dejaban el camino libre para ultimar en las décadas posteriores los restos del colonialismo y del semicolonialismo en el mundo y, por otra parte, se vieron frenados en sus planes a causa de la creación del Pacto de Varsovia, en cuyo seno estaban integrados todos los países socialistas europeos. La producción del arma nuclear por parte de la Unión Soviética supuso también otro decisivo revés para el imperialismo, que había tenido el arma nuclear en exclusiva hasta iniciada la década de los años 50, con lo cual, el propio imperialismo, al intentar destruir a sus adversarios mediante el desencadenamiento de la guerra nuclear, se colocaba a su vez en posición de ser destruido, lo que empujaba al mismo tiempo a sus propios pueblos a levantarse contra la política de guerra de sus Gobiernos. También fracasaron, ante el fortalecimiento del campo socialista en todos los terrenos, los planes del imperialismo de desangrar al sistema socialista sometiéndole a un ritmo infernal de producción de armamento, con lo que se venían abajo sus propósitos de desestabilización y hundimiento de la economía socialista planificada.
Las luchas de liberación nacional cobran un extraordinario impulso y extensión, lo que origina que el imperialismo se vea acosado por multitud de frentes de guerra. Se enfrentaba a una guerra de desgaste prolongada, contra la que se estrellan las modernas maquinarias de sus ejércitos; los grandes sacrificios humanos y los enormes gastos van desatando poco a poco las contradicciones en las propias metrópolis y la política de guerra fría entra en crisis. Esta crisis adquirió mucha más profundidad a causa del triunfo de la revolución cubana, revolución popular situada en lo que hasta aquel entonces el imperialismo calificaba como el inaccesible hemisferio occidental, y realizada a escasas millas del territorio del mayor gendarme imperialista. Todas estas luchas de los pueblos venían a complementar el avance y la política de disuasión de los países socialistas: Los movimientos de liberación nacional de Asia, África y América Latina y el movimiento revolucionario de los pueblos de los países capitalistas, representan un poderoso apoyo a los países socialistas. Negarlo es completamente erróneo (6).
Los estrategas de la represalia nuclear global contra los países socialistas comienzan a reconocer que esta estrategia había llegado a un punto muerto, mientras que su vulnerabilidad en las guerras del Tercer Mundo era cada vez más patente. A modo de complemento de la estrategia nuclear frente al ascenso y la envergadura de las luchas de liberación nacional, tramaron la que sería hasta el presente su única estrategia, la llamada reacción flexible, que significaba el poder reaccionar ante toda gama posible de ataques militares, desde la guerra atómica a la guerra de guerrillas, mientras comenzaban a reconocer el no haber prestado suficiente atención a las guerras de liberación nacional: Desde el final de la segunda guerra mundial, cada crisis, cada salto al poder, cada lucha de guerrillas, cada revuelta, la considerábamos una simple argucia de distracción para que apartásemos nuestra atención de la posibilidad de la tercera guerra mundial (7). La reacción flexible se centra cada vez con más insistencia en la lucha contra la guerrilla y hacia el desarrollo de la contrainsurgencia en las metrópolis, dos aspectos que estaban adquiriendo la suficiente importancia para que el imperialismo declarara: La guerra de guerrillas es diferente a todo tipo de guerras conocidas, exigiendo, por tanto, la aplicación de nuevas técnicas y nuevas doctrinas... La subversión es otro tipo de guerra, como la guerra de guerrillas, destinada a perturbar y a provocar la insurrección. Cuando debemos contrarrestar este tipo de guerra, estamos obligados a emplear una nueva estrategia, una fuerza militar diferente, lo que requiere una preparación y un adiestramiento militar nuevos y distintos (8).
Numerosos países coloniales y semicoloniales consiguen la independencia mediante la lucha de guerrillas y el desarrollo de la Guerra Popular Prolongada. Se estaba demostrando, al mismo tiempo, que las guerras revolucionarias, las guerras justas, estaban conduciendo a frenar la guerra imperialista en vasta escala. El PCCh declaraba por estos años: Las numerosas guerras de liberación nacional y las guerras revolucionarias populares que ha habido después de la segunda guerra mundial no han conducido a una guerra mundial. Las victorias de estas guerras revolucionarias debilitan directamente la fuerza del imperialismo y robustecen considerablemente las normas que impiden al imperialismo desencadenar una guerra mundial.
La superioridad del sistema socialista y sus triunfos en la edificación de la nueva sociedad desempeñaban un papel ejemplar y de aliento para los pueblos oprimidos por el imperialismo. Sin embargo, este ejemplar y alentador papel no puede nunca reemplazar la lucha revolucionaria de los pueblos. Ésto no fue siempre tenido en cuenta por los gobiernos de los países socialistas que, acuciados por los chantajes imperialistas, los bloqueos económicos y las presiones de todo tipo, les hacía supeditar los intereses de la revolución mundial a la política de coexistencia pacífica y de los intereses de Estado, desoyendo así uno de los principios que Lenin ya trazó en su obra La política exterior de la revolución rusa, y que consistía en la alianza con los revolucionarios de los países capitalistas adelantados y con todos los pueblos oprimidos contra todos los imperialistas.
Se hace preciso recordar que, durante cierto tiempo, algunos países socialistas llegaron a sostener como doctrina oficial que las guerras populares revolucionarias y de liberación nacional eran hornos de guerra termonuclear, que suponían un peligro de desencadenamiento de una nueva guerra mundial; por no extenderse sobre los calificativos de aventurerismo y terrorismo que todavía dedican a determinados movimientos revolucionarios. Contrariamente a lo que pretenden los que sostienen tales argumentaciones u otras semejantes, esas posiciones son concesiones que alientan, cuanto menos ideológica y moralmente, los planes militaristas, la agresión y la guerra de los imperialistas y sus estados. Estas posiciones erróneas ya fueron desenmascaradas por Mao Zedong y el PCCh en sus enfrentamientos con el revisionismo y sus concesiones: La coexistencia pacífica no debe extenderse jamás a las relaciones entre las naciones oprimidas y las naciones opresoras, entre los países opresoras o entre las clases oprimidas y las clases opresoras. La razón consiste en que una cosa es la coexistencia pacífica entre países con distintos sistemas sociales, en la cual ninguno de los países coexistentes puede, ni se le puede, tocar un solo pelo del sistema social de los otros, y otra cosa es la lucha de clases, la lucha de liberación nacional y la transición del capitalismo al socialismo en los diversos países, que son luchas revolucionarias enconadas, a muerte, encaminadas a cambiar el sistema social. La coexistencia pacífica no puede, de ninguna manera, hacer las veces de la lucha revolucionaria de los pueblos (9).
Por otra parte, la agudización de la crisis económica capitalista de superproducción, con todo lo que supone de agravamiento de las condiciones de vida y de trabajo para las masas, el sentimiento antimperialista y la lucha contra el revisionismo moderno por parte de Mao Zedong y el PCCh, dieron pie para que se generase un movimiento revolucionario en Europa de carácter nuevo, que emplea la lucha armada, lo que constituiría la característica determinante de dicho movimiento. El frente de lucha del proletariado internacional se fortalece con el resurgir de la lucha en las metrópolis del imperialismo, un resurgir que contaba con la guerrilla urbana en proceso de extensión, como la punta de lanza de todo un vasto movimiento de resistencia. Los pueblos de Europa, encabezados por el proletariado y sus organizaciones de vanguardia, comenzarían la resistencia y a enfrentarse a la guerra contrainsurgente que los estados capitalistas venían preparando prácticamente desde el mismo final de la segunda guerra mundial. A partir de entonces, el frente revolucionario por el socialismo en las metrópolis cobraba carta de naturaleza y mostraba así, de hecho, su contribución a la causa de la revolución mundial y a la lucha por la paz y contra la guerra imperialista.
La victoria de las fuerzas populares vietnamitas en 1975 indica la bancarrota definitiva del periodo de guerra fría que comenzara tres décadas atrás. El imperialismo, asediado ya por el triunfo de las revoluciones en otras partes del mundo, emprende un retroceso [...] y como prueba más palpable de su acelerado retroceso, centra su política agresiva en organizar la contrarrevolución, en efectuar golpes de mano como el practicado contra el pueblo iraní en 1980, en promover a través de sus asesores y apoyo logístico a las bandas de mercenarios para agredir a los pueblos de Nicaragua, Afganistán, Angola o Mozambique, entre otros [...]
Todos estos fracasos ocasionaron el desmantelamiento de la inmensa mayoría de las organizaciones militares del imperialismo, a excepción de la OTAN, sobre la que a modo de último baluarte, han centrado todos sus esfuerzos [...]
Por primera vez el imperialismo se ve obligado a firmar los acuerdos sobre desarme SALT I y SALT II y decide enmascarar su retroceso y frenar su crisis promoviendo la política de los derechos humanos. Mas todas sus maniobras reformistas se vienen abajo como un castillo de naipes y la lucha cobra hoy un nuevo impulso. Una nueva política de renovada guerra fría en todas sus repercusiones entra en escena: se trata de la adecuación del imperialismo y la reacción a las nuevas condiciones de crisis que van surgiendo, es una prueba más de su manifiesta debilidad. La era Reagan se inaugura y según sus propias palabras, con el fin de la distensión porque ello perjudica nuestros intereses, acompañada de un rearme masivo, incluido el del cosmos, que contiene planes hasta finales de siglo. Toda esta carrera armamentista y política belicista no ha hecho otra cosa que exacerbar aún más las contradicciones, sobre todo, entre el imperialismo y las naciones oprimidas y, dentro de los países imperialistas, entre la burguesía monopolista y sus propios pueblos, amenazando con el ascenso de sus luchas a todo ese débil eslabón que es hoy el sistema capitalista mundial, tan profundamente conectado entre sí, a través de múltiples lazos económicos, políticos y militares que lo que sucede en cualquiera de sus partes afecta de manera directa o inmediata al conjunto y lo conmueve profundamente [...]

La política militarista en Europa y la labor de los comunistas

La burguesía monopolista europea está desarrollando la política militarista en toda su intensidad. Este desarrollo se manifiesta, por una parte, en las continuas demostraciones agresivas de la OTAN y, por otra, y esta es la parte más destacada, se manifiesta en el aumento de la sobreexplotación y la represión del proletariado y otras capas populares en el interior de cada país. El militarismo moderno -decía Lenin- es el resultado del monopolismo. Es, en sus dos formas, una manifestación vital del capitalismo como fuerza militar utilizada en sus choques externos, y como instrumento en manos de las clases dominantes para aplastar todo género de movimientos (económicos, políticos) del proletariado (10). Al peligro que padecen las masas de verse envueltas en un holocausto nuclear por la política belicista desatada por la burguesía, se une un empobrecimiento y miseria que alcanza a todos los sectores de la sociedad europea, sobre todo a los 20 millones de parados existentes en la actualidad. Para sostener esta situación los estados policiacos han intensificado la represión, como así lo acreditan las numerosas leyes antiterroristas o los 10.000 presos políticos que hay en Europa. Por si esto fuera poco, la OTAN participa, a través de su ramificada red informativa y logística destacada en cada país miembro, en la guerra preventiva contrainsurgente, ejercitándose así, porque no le queda más remedio, en una de las tareas para las que fue creada. Todo esto no es otra cosa que manifestaciones de la guerra contrarrevolucionaria en ascenso, la guerra que la burguesía he declarado a sus pueblos, una guerra en proceso de aceleración constante.
El militarismo y la política imperialista agresiva puesta en marcha, como se puede ver, nace y se asienta sobre la política de la oligarquía en cada país. Por lo tanto sólo cesarán cuando se expropien a los monopolistas de cada país y se destruya su aparato burocrático-militar. Frente a la guerra contrarrevolucionaria desatada contra cada pueblo de Europa es necesario oponer la guerra revolucionaria. Es necesario organizar al proletariado y a los sectores populares más combativos, al conjunto del Movimiento de Resistencia de cada país. Hay que organizar, desarrollar y elevar a un nivel superior desde la lucha económica al enfrentamiento político, desde la lucha antimperialista a la antirrepresiva. Hay que impulsar la lucha armada de guerrillas, en combinación con las acciones de masas más o menos violentas, en la lucha por el poder. Es preciso llevar el enfrentamiento contra toda la política del imperialismo en Europa al plano del desarrollo de la lucha de clases, al marco del enfrentamiento entre la clase obrera y el pueblo, por una parte, y la oligarquía imperialista, explotadora y opresora por otra, en el ámbito de cada Estado. Apoyad la revolución de las clases oprimidas por los capitalistas, dorrocad a la clase de los capitalistas en vuestro país -decía Lenin en 1917- y así dad ejemplo a los demás países. En eso consiste solamente el socialismo. En eso consiste solamente luchar contra la guerra. Todo lo demás son promesas, o frases, o buenos deseos inocentes (11).
En esto consiste el cumplimiento de la responsabilidad que el movimiento revolucionario europeo tiene en la lucha por la revolución proletaria mundial; esa es la mejor forma de apoyar la lucha de los otros pueblos y de otros frentes que se oponen al imperialismo. Esa es la única manera eficaz de combatir la guerra imperialista. Se precisa que la retaguardia europea del imperialismo no pueda estar pacificada, ni ser utilizada, por lo tanto, como plataforma de agresión. Transformar la agresividad imperialista en Europa, la lucha contra el armamentismo y las amenazas de guerra nuclear, la guerra de los estados contra sus pueblos, en guerra civil revolucionaria por el socialismo, ésta es la única consigna proletaria justa. Todo lo demás es desviar la atención de las masas, contribuir a fomentar la confusión y el desarme ideológico y político de las mismas. Todo lo que no sea así, supone poner un freno al proceso revolucionario que se desarrolla en Europa.
La misma lucha antimperialista llevada a cabo por algunas organizaciones que practican la lucha armada no puede ser, en las condiciones actuales de los países europeos, el movimiento de vanguardia por donde deban encauzarse todos los deseos de lucha. No se puedo rechazar asimismo, el papel fundamental del proletariado y la dirección de su Partido Comunista. Sin lugar a dudas, la lucha contra el militarismo y el imperialismo, como la misma resistencia contra el monopolismo y la política agresiva de cada Estado, sólo pueden avanzar y conseguir éxitos si están dotados de una dirección clara y firme: la de la clase obrera y su partido. Todo lo que no sea de esta manera es entregar al pueblo a manos de la reacción. La clase obrera es la clase motor y mantenedora del avance de la lucha antimperialista y de cualquier tipo de luchas; es la única clase que con su partido al frente garantiza el avance hacia la revolución socialista, única revolución pendiente en Europa. El partido comunista, no sólo coordina y ensambla la lucha antimperialista con el resto de las actividades de lucha, sino que asegura la amplitud de miras de la misma y su misma continuidad y fortalecimiento político, ideológico y organizativo.
Igualmente sucede en cuanto al problema de la guerra y de la paz. Este problema sólo se explica y tiene solución correcta partiendo de los intereses de clase del proletariado, bajo el análisis del marxismo-leninismo, doctrina científica que sirve a la clase más revolucionaria de la sociedad. Lo importante para aclarar este problema, lo verdaderamente importante para los comunistas, consiste en explicar a las masas cuáles son las causas que originan las guerras, cuáles son las causes que originan la desbocada carrera de armamento y la presencia de la misma OTAN y, sobre todo, lo que resulta imperioso, es organizar y preparar a las masas para llevar a cabo la revolución socialista como única forma, demostrada por decenas de años de historia, capaz de ir frenando el estallido de la guerra imperialista en vasta escala, capaz de eliminar el militarismo y cualquier manifestación agresiva.
La lucha por el socialismo también es una lucha por la paz, pero se diferencia radicalmente de la lucha por la paz pregonada por los pacifistas pequeño-burgueses. Los comunistas estamos por la paz y contra la guerra imperialista; estamos en contra de las guerras injustas, pero a favor de las guerras revolucionarias, de las guerras justas, ya que éstas aseguran el avance de la humanidad. Estamos en contra de la paz de los imperialistas y nos oponemos a los pacifistas burgueses porque estos ú1timos no se proponen destruir el sistema capitalista imperante, causa de todas las guerras. El imperialismo y la reacción actual, como las clases reaccionarias de cualquier época, no dejan a los pueblos otra salida para lograr sus derechos y aspiraciones que el recurso a la violencia revolucionaria. Frente a esa violencia legítima y justa, los imperialistas hacen propaganda y claman por la paz, por su paz imperialista, la paz de los explotadores y opresores de todo género, como decía el verdugo Franco: Necesitamos la paz de los cementerios. Los comunistas estamos en contra de esa paz. Frente a ella, frente a todo lo que suponga la perpetuación del sistema capitalista, desencadenamos la guerra revolucionaria. Y en todo caso, los comunistas subscribimos enteramente las palabras de Mao Zedong ante los alardes agresivos y amenazas de guerra en gran escala que lanzan los imperialistas: Nuestra actitud ante este asunto es la misma que ante cualquier otro ‘desorden’. En primer lugar estamos en contra; en segundo lugar no lo tememos... Puede afirmarse que si, a pesar de todo, los imperialistas desencadenan una guerra mundial, otros centenares de millones pasarán inevitablemente al campo socialista, y a los imperialistas ya no les quedará mucho espacio en el mundo, incluso es probable que se derrumbe por completo todo el sistema imperialista (12).

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“Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero.” (Segunda declaración de la Habana)


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